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Exiliado

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Mensajes publicados por Exiliado


  1. Día 8

    En medio de una plaza pública, Pisa. 6:15 AM

     

    Empieza un nuevo día, y hace un frío increíble. Después de pasar toda la noche al raso, montamos el hornillo y calentamos algo de leche para desayunar, mientras hacemos buenas migas con una anciana que pasea a su perro y que nos advierte de las lluvias y nos dice que en Pisa no hay nada que ver.

     

    Al recoger el campamento, pensamos en avisar al hombre que se había puesto a dormir junto a nosotros, para que no se quedase solo, pero sus ojos inyectados en sangre y su expresión de asesino en potencia hicieron que nos pirásemos a toda leche. En 10 minutos, estábamos de nuevo junto a la torre, admirándola a la luz del sol, y comprobamos como en cuestión de 20 minutos la plaza entera se llenaba de una cantidad pasmosa de gente.

    Visto lo que había que ver, caminamos hasta la estación, parando antes en un supermercado. Allí cometimos el primer error del día: Dejamos que Rafa fuese solo a comprar, mientras los demás esperábamos fuera. 15 minutos más tarde, volvía cargando dos bolsas con cosas tan interesantes como:

    - Chocolate

    - Jamón cocido

    - Queso en lonchas

    - Varitas congeladas de merluza!?!?!

    - Galletas

    - Leche

    - …

    Dios mío, suyo o de quien sea, dime qué he hecho para merecer esto. ¡Nuestros 10 euros dilapidados en bazofia!

    ¿Queso en lonchas y varitas de merluza para transportar en mochilas, durante el mediodía de julio en el centro de Italia? ¿En pleno mezzogiorno?

    A partir de ese momento, hicimos un juramento de sangre por el cual Rafa no podría volver a entrar en un supermercado, ni siquiera con su propio dinero...

    Ya en la estación de Pisa, tuvimos que colarnos en el primer tren hasta la otra estación de Pisa, y allí cogimos el primer tren a Florencia, a donde llegamos alrededor de las 12, y donde teníamos pensado apalancarnos unos días.

    En Florencia compramos un mapa de la ciudad y la atravesamos a buen ritmo, buscando el camping Michelangello. Un buen rato después, y preguntando a doscientas personas por el camino, llegamos y pedimos parcela.

     

    Para mejorar el tema, el carricoche que lleva las mochilas me pisa un pie con una rueda y, con la coña, me deja en estado de gracia por dos días, pero sin roturas ni tonterías médicas. Los vagabundos gallegos son demasiado rudos para esas cosas.

    Lo que sí que nos supera es el aspecto de las parcelas, cutrísimas y horriblemente distribuidas. Montamos el campamento y conocemos a Rodrigo, un californiano-mexicano que está de visita por Europa y que en estos momentos se ha quedado sin grupo, así que hace lo que puede por acoplarse con nosotros, y nosotros encantados.

    Por la tarde podemos darnos el lujo de lavar la ropa, a mano por supuesto, que la lavadora cuesta como 3 €. Después de frotar como poseidos y dejar la ropa despiojada, Rafa y yo bajamos un rato a la ciudad con Rodrigo, mientras Pablo y Garrido duermen (que novedad). Pasamos por un concierto de la sinfónica de no-se-cual país centroeuropeo bajo las ordenes del grandioso y siempre-insuficientemente-venerado (por Rafa) Zubin Metha, y compramos un helado en… un momento… ¿setenta sabores…? ¿70? ¡70!

    ¡Es el paraíso! Y con un helado de pistacho que sabe a pistacho… Desde luego, hemos dormido en la calle por ahorrarnos cuatro duros, y la de dinero que gaste luego allí en helados…

    Al caer la tarde, volvemos al camping y buscamos una manera de darle un entierro digno al jamón re-cocido y al queso de lonchas, que ha tomado la forma de una pelota aplastada de queso. En el único sitio tranquilo y bien iluminado del camping, la lavandería, hago un amago de rollitos de jamón y cenamos con tranquilidad.

     

    Estuvimos hablando un rato con unas chicas de Tarifa, y ahí vino el último error del día, pues a partir de ese momento Rafa, que lleva medio viaje más salido que el canto de una mesa, se quedo obsesionado con la rubia (que tenía 15 años como mucho, degenerao!), y se paso los siguientes días buscando excusas estúpidas para perseguirlas. La mejor forma de acabar la noche, es estrenando nuestra magnífica botella de vodka "Greygoose" de 40 euracos on the rocks (y desde luego que los vale, que bueno que es), jugando al futbolín y desbarrando un poco por el camping hasta las tantas. Finalmente, nuestro amigo el segurata nos informa de que a dormir o a la calle, y como en la calle no parece haber nada, nos piramos para las tiendas y punto.


  2. Día 7

     

    Entre dos columpios, parque infantil de Vernazza. 6:10 AM

     

    Despertamos de mañana temprano y desayunamos tranquilamente sentados junto al balancín, bajo la atenta mirada de las ancianas del pueblo (si las miradas matasen…). Después, resignados ya a la semi-indigencia forzosa, fuimos a lavarnos los dientes a una fuente y recogimos el campamento para enfrentarnos a una nueva etapa de caminata mortal. Garrido, por supuesto, se quedó en la estación, y nosotros nos pudimos en marcha.

    A pesar de los inevitables escalones, este tramo es asequible y apenas tardamos 1 hora y media en llegar. Sin tener ni idea de donde está la estación de tren, damos un par de vueltas por el pueblo. Pasamos por el mercadillo y llegamos a una tienda muy curiosa, donde compramos postales y vimos botellines de cerveza con el jeto de Mussolini, Hitler, el Che…

     

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    Los mejor del pueblo, el mirador, una impresionante terraza suspendida sobre el barranco donde se puede ver todo el mar y la costa hacia ambos lados.

    Como teníamos que encontrar a Garrido, buscamos la estación. Fue entonces cuando descubrimos que Corniglia está situada a... no se... ¿6 millones de escalones? de altura. Con mucha calma, llegamos a la estación, hicimos un tentempié de galletas y seguimos hacia el siguiente pueblo, pues en este no había mucho que ver.

    El camino a Manarola también es sencillo, corre pegado a la costa, a través de los acantilados. Por el camino vemos a un hombre maduro que, ante nuestros ojos, recorre el solito la distancia entre el pueblo y la playa del pueblo vecino, nadando, ¡dos veces! Por supuesto, le aplaudimos.

     

    Manarola es un pueblo sin playa, pero tiene duchas al aire libre junto al mar, donde la gente salta desde las rocas. Esto nos permite recuperar nuestra dignidad humana y dar un poco menos de asco. A continuación, de cabeza a la plaza pública a comer algo. ¿A uno de los restaurantes de por ahí? Negativo. A una esquina de la plaza, donde después de mangar unas sillas de por ahí nos montamos la cocinilla portátil y nos hicimos nuestro platito de pasta de rigor. Tras una relajada sobremesa, seguimos con el camino, por lo que los nativos del pueblo respiran aliviados. Pero… espera… ¿de verdad nos vamos? No, no toca hoy que nos salga algo bien. Resulta que el último tramo de la ruta se llama “Ruta dell Amore”, y con esta cursilada quieren exprimirnos 5 € por cabeza. Pero en nuestra situación, 5 euros pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte, entre comer o ayunar, entre tren, o ir a pie. ¡Incluso podría quedarme sin helados! Después de llorar un poquito a la encargada, promete dejarnos pasar a partir de las seis y media, que ya no estará el jefe.

     

    Así que, vuelta a la plaza y a jugar a las cartas como si nada. Cuando ya se acerca la hora de que Garrido coja su tren, que le llevará directo a La Spezia a comprar comida, aun no sé muy bien como se monto un pollo tremendo entre Rafa y Garrido que acabo con sillas volando, amarracos por los suelos, espectadores flipando…

    Bueno, finalmente conseguimos salir del pueblo gratis y recorrimos el tramo más sencillo de todos: bien pavimentado, ancho, con vallas protectoras y simpáticos turistas en cada esquina. No entiendo porque es gratis a esta hora, porque las vistas no podrían ser mejores, con el sol poniéndose en el Mediterráneo. Para nuestra sorpresa, vimos a una pareja que nos era familiar: ¡los noruegos! Hablamos un momento y descubrimos la razón de que ella hablase tan bien castellano, aprendimos a decir “hola” en noruego y nos despedimos, pues les esperaba un tren. Dimos un paseo por el pueblo, pero no queríamos perder mucho tiempo, pues Garrido esperaba en La Spezia. Así, tras perdernos un rato entre los diferentes niveles del pueblo, llegamos a la estación de tren y esperamos el nuestro, mientras Pablo y yo valorábamos los riesgos que podía tener “orinar sobre cable eléctricos de tren tirados en el suelo y claramente peligrosos”.

     

    Ya en La Spezia, damos una vuelta por la ciudad mientras Garrido descansa en la estación en la típica “posición fetal", ni frio ni calor. La ciudad no es nada del otro mundo, y enseguida llegamos a una zona de barrios deprimidos e instalaciones militares bastante chunga. No inspiraba mucha confianza como para dormir en un parque, aunque todo sea dicho, los mas harapientos éramos nosotros.

     

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    Harapientos en un parque en La Spezia: Rafa, su pañuelo y Pablo

     

     

    Cogimos el último tren a Pisa para acabar el día allí, pero nos quedamos sobadísimos y nos saltamos la estación que queríamos, por lo que acabamos en la otra punta de la ciudad con unas chicas de Washington a las que les parecía sorprendente que fuésemos españoles. Nos hicimos mutuamente compañía hasta la explanada de la torre, y aunque había buen rollo, no se las acababa de ver del todo seguras de las intenciones de esa especia de “mexicanos con acento extraño que llevan semanas sin ver la civilización”.

     

    Nuestros caminos se separan en la Piazza dei Miracoli, donde ya no hay apenas turistas y pretendemos dormir. Cuando se vaya el último grupo, (españoles gritando, como no), montaremos campamento. Los lugares más probables son la puerta del baptisterio, o la esquina de otro edificio, que queda bastante escondido. En cuanto nos damos cuenta de que el sitio este chapa de noche y que los seguratas están buscando turistas rezagados, les decimos a Garrido y a Rafa que dejen de gritar y nos escondemos detrás de unas vallas y unos cubos de basura, donde conseguimos casi-dormir una hora. Allí reflexionamos sobre el nivel de miseria que estamos alcanzando (hace tres días que no veo el jabón, y estoy durmiendo junto a un cubo de basura) y pensamos en que tal vez nos viese la policía y nos llevase a un cuartelillo donde poder dormir… Al final, nos encontraron a los tres (Garrido había pasado de nosotros y estaba buscándose un hotel a su bola) y nos echaron a patadas.

     

    Amablemente, le preguntamos por un lugar donde dormir, y lógicamente nos mando a buscar un hotel, pero a esas horas, y con nuestro presupuesto, difícil. Así que, tras una breve conversación, nos mandaron a la plaza de Santa Caterina, donde decían que podríamos dormir. La encontramos interrogando a un vagabundo y montamos las tiendas de campaña a escasos 100 metros de una pareja intercambiando fluidos y de un grupo de jóvenes en plan botellón, pero cutre (3 cervezas y se fueron pa cama) y, por si acaso, decidimos montar guardias de dos horas y media. (Garrido no acabo de captar el sutil matiz de que para vigilar hay que estar DESPIERTO). Fue una mierda de noche, sinceramente, y yo me dormía hasta de pie, pero al final salió el sol y pudimos ver a los primeros ancianos paseando, gente sacando a sus perros, un yonkie que se había puesto a dormir junto a nuestra tienda (¿?) y… ¡¡¡los tíos de los bongos de Bolonia!!! Desde luego, el mundo es un pañuelo (aunque a nosotros nos tocaron todos los mocos)


  3. VAGABUNDO'S TOUR

     

    Día 6

     

    Medio del monte, en algún lugar de la costa de Liguria. 5:30 AM

     

    Despertamos muy temprano, totalmente magullados por las piedras y el hormigón. Nuestro desayuno consiste en tres o cuatro galletas baratas, de esas que venden al por mayor. Como cada mañana, recogemos el pequeño campamento y comenzamos a andar, con la intención de volver sobre nuestros pasos, prender fuego al hotelucho de ayer, y seguir la ruta. Sin embargo, a mitad de camino, un hueco entre dos vallas revela el camino a seguir para comenzar la ruta 1. De esta manera, la travesía comienza bajando unos escalones miserables y muy empinados, para a continuación adentrarse en el bosque. El camino forestal es relativamente sencillo, pero constantemente se ve interrumpido por tramos de escalones tallados en piedra, incómodos de subir, y horriblemente largos y empinados.

     

    Al principio todo son coñas y chistes, pero después son reemplazados por las quejas y el silencio. En un momento dado, una mesa de piedra nos recuerda que estamos en un "camino civilizado". No tenemos ningún mapa con el que poder orientarnos, por que nuestra única fuente de información es una foto que le hicimos al mapa que había en Levanto, pero el camino está bien señalizado por marcas de pintura en piedras y árboles, así que no hay peligro de perderse. (en teoría)

     

    El error viene, sin embargo, de otra de nuestras faltas de previsión. Creyendo en la existencia de fuentes idílicas, hermosos arroyos y acogedores pueblos italianos, hemos salido con solo dos botellas de agua. Por lo tanto, cuatro jóvenes cansados y caminando por el monte tiene que apañarse con menos de tres litros de agua, por un período de tiempo indeterminado. A las once de la mañana, llegamos a la punta de un cabo que parece significar algo, o al menos debería viendo lo que ha costado llegar. Llevamos seis horas andando, y aun no hay ninguna señal que indique que esto se acabará enseguida. Paramos para beber y descubrimos lo poco aconsejable que es viajar con una esponja humana del tamaño de un jabalí. En efecto, Garrido tiene la capacidad de agostar todas las fuentes e ingerir hasta 10 litros de agua por segundo, gracias a su perfeccionada técnica de “beber como un hipopótamo”. Mirando atrás, el paisaje es precioso y todo eso, y ya hemos recorrido un montón de camino. Hacia delante, en una especie de valle, se puede ver un pequeño pueblo, aunque no se distingue claramente como se llega hasta el.

     

    El único camino que vemos ha cambiado de número, y ahora se llama “ruta 11”. Entonces, detrás de una rama, Rafa y Garrido encuentran lo que buscaban: un letrero que nos pone de nuevo en camino por la “ruta 1”. Por mucho que nos quejásemos luego, lo cierto es que Pablo y yo también cogimos ese camino sin dudarlo ni un momento. Sin embargo, media hora después de reemprender la marcha, algunas dudas comienzan a asaltarnos: si el pueblo está hacia abajo… ¿Porqué el camino sube? Si el pueblo está hacia el sur… ¿Porqué el camino va en dirección este? Dudas como estas nos perseguían mientras subíamos más, y más, y más.

     

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    El camino es una cagada, con zarzas, tojos, y plantas desconocidas, eso si, todas con pinchos. Finalmente, llegamos a una zona de rocas, despejada de vegetación, donde hay colocado un puesto para solicitar socorro y avisar de incendios forestales. Rafa y Garrido, absolutamente asquados tras horas caminando sin rumbo aparente, sugieren insistentemente llamar para preguntar el rumbo adecuado, pero tanto Pablo como yo nos negamos. Costó bastante hacerlos entrar en razón: ni iban a venir a “salvarnos” con un helicóptero, ni probablemente hubiese nadie al otro lado. Aun insistien un rato más, pero ya no queda otra que afrontar el caso: estamos perdidos. Por un lado, el pedestal del interfono tenía un pequeño y cutre mapa de la región. Según ese mapa, el pueblo que veíamos a nuestra izquierda era Levanto, el lugar de origen, y el que se intuía al fondo del valle, podría ser Monterrosso. Además, venían señalizadas las rutas: la que habíamos tomado, una mucho más directa que iba por el interior, una que continuaba ascendiendo por la montaña y otra, dibujada a trazos por alguna razón, que parecía bajar directamente hacia el pueblo.

     

    Como lo que queremos era agua a toda costa(ya no quedaba nada de la primera botella y la segunda, la que “íbamos a reservar” para cocinar, también estaba a la mitad), tenemos que llegar al pueblo cuanto antes, así que empezamos a buscar la ruta a trazos. Encontramos una pequeña senda entre los arbustos que, tal vez, podría ser el camino. Después de recorrer Rafa y yo unos cuantos metros sin mochila, volvimos calificándolo de “practicable”, así que cogimos las mochilas y empezamos el descenso. Al principio nos animaba la idea de caminar directamente en dirección al pueblo, pero pronto empezamos a desconfiar. Para empezar, no veíamos ninguna marca de las que habíamos visto a lo largo de la mañana. Además, si el camino había sido una verdadera ruta alguna vez, fue en tiempos de los romanos como mucho, y ahora no pasaba de ser una riera por la que apenas se podía descender a resbalones, entre ramas, pinchos y piedras punzantes. Al cabo de 15 minutos, ya no había duda ninguna: eso no es camino ni na, y hay que volver.

     

    Bueno, eso siempre resulta muy fácil de decir, pero hacerlo ya es otra cosa. Si a la ida habíamos descendido a resbalones, a la vuelta tendríamos que trepar. Lo cual ya sería bastante complicado sin cargar mochilas de 20 kilos, otra mochila con comida y una tienda de campaña, además de un Garrido furioso gritando detras de nosotros. El suelo era resbaladizo y cada cinco metros de subida bajábamos tres resbalando. Pablo superó incluso un semi-accidente mortal con caida al vacío incluida. Finalmente, llegamos al puesto de socorro otra vez, una hora después de haber llegado a el por primera vez.

     

    No podemos volver a Levanto. Rendirse no es una opción (ojalá). La única ruta posible, es el tercer camino, la ruta… de la montaña… (Esto es una parida pero queda como muy de película o algo así, ¿no?) Pablo inspecciona el primer tramo, mientras yo compruebo el mapa del pedestal. Si las líneas de cota están bien, debemos subir hasta los 300 metros, bajar a 160, subir de nuevo a 280, bajar a 120, volver a subir a 428 y bajar progresivamente hasta el pueblo, en la orilla del mar. Bueno, pues nada, total, parecía que no podía ir peor…

     

     

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    Estupido rodeo Ruta de los vagabundos

     

    La ruta del monte significa larguísimos tramos de escaleras talladas en piedra, con Garrido quedándose atrás a cada tramo por culpa de las ampollas (bochas) que le han salido en los pies, consecuencia lógica de emprender una travesía por el monte con sandalias sin calcetines.

     

    Por otro lado, la situación con respecto a la hidratación es crítica. Vamos, que tenemos una sed que parece que nos hemos dado un festín de bacalao. La botella de agua que reservábamos para comer, hace rato que la hemos acabado, excepto cuatro gotas. Las lenguas cuelgan resecas en la boca, pero nos resistimos a acabar con la última cantidad de líquido. Mientras queda algo, aunq sea poco, podemos racionarlo. (razonamiento estupido, pero no dábamos para mas)

     

    En el punto más alto del monte, sin ninguna garantía de poder llegar a algún lugar civilizado a corto plazo, encontramos un merendero, una cruel broma de quien se encargue de mantener la ruta abierta. Allí descansamos y encontramos en una mochila una última lata de conservas: melocotón en almíbar. Rafa detesta el almíbar, pero su cara cuando ve la lata no es de asco precisamente. Después de abrir la lata con mi patentado método de "puñaladas-en-la-lata-hasta-que-se-rinda", nos repartimos las cinco mitades de melocotón como podemos, y nos quedamos los cuatro mirando una lata vacía. ¿Vacía? No... está llena hasta la mitad de dulce almíbar. Como drogadictos desesperados por una dosis, apuramos hasta la última gota de líquido, llegando casi a la violencia física por una mierda de agua con azucar. No podíamos cargar la lata, asi que escribí con rotulador una chapucera disculpa sobre ella en italiano rudimentario y seguimos con nuestro camino.

     

    El último tramo del camino lo recorremos casi sin hablar ni pensar, como absortos en la posibilidad de llegar a algún lugar. Nuestra alegría es inmensa cuando, a lo lejos, nos parece oír el ruido de un coche. ¡Civilización! Las sospechas se confirman, 15 minutos después, vemos una carretera, y otros 10 minutos más tarde, salimos del monte justo al lado de un bar. Encantados de pisar asfalto de nuevo, pedimos agua en el bar. Espere, de botella no señora, hablamos más bien de beber en el baño o algo así, que seguimos sin un centimo. Parece que hay una manguera en la parte de atrás, aunque el agua sabe a goma como si llevase meses estancada. Garrido ingiere 40 litros de agua en 10 segundos y rellena las botellas, mientras yo repaso los carteles indicadores de la carretera. Por lo visto, aun falta un tramo de camino hasta el pueblo.

     

    Sin más retraso, y tras recuperar el aliento, comenzamos a bajar lo que acabaron siendo otros tres kilómetros de carretera al sol del mediodía italiano, con mochilas de 20 kilos a la espalda. Bueno, total, ya no sentimos dolor de tan magullados que estamos, incluso Rafa se aventura a acortar tramos a través de la cuneta. Y finalmente, llegamos al pueblo. Por fin, Monterosso al mare se extiende ante nosotros. Bueno, el pueblo es pequeño, así que no se extiende mucho. A la vista del alucinante color turquesa del mar, urge un baño en la playa. La playa está repleta de hamacas y gente, y nos apalancamos en el primer rincón, donde duramos poco: la playa es privada. Nos dejamos reconducir obedientemente hasta el diminuto tramo acordonado que es público y tiramos todo sobre la arena. Dicho y hecho, en dos minutos estamos en el agua, que está maravillosa, aunque tenemos la precaución de dejar siempre a alguien vigilando en la playa. Playa, todo sea dicho, que además de sumamente estrecha es pedregosa y con importantes desniveles en el mar, ni una sombra de las playas atlánticas(...)

     

    Refrescados los cuerpos y lavados los cortes, vamos a un pequeño parque donde nos secamos, comemos algo de una panadería y empezamos a buscar fuentes y un rincón donde cocinar. Con nuestro rudimentario dialecto itálico nos abrimos paso por el mundo y encontramos un asiento de piedra sobre un camino a las otras playas, desde donde se disfrutan unas vistas alucinantes del mar y el pueblo.

     

    La hora de la verdad, me pongo manos a la obra y, navajita en mano, me dispongo a preparar unos macarrones con nata, sentado en el suelo de un remoto pueblo italiano con platos de aluminio y un hornillo de gas. El resultado, una hora y media después fue, sin modestia ninguna, una maravilla que engullimos encantados, aunque a la hora de lavar los platos Garrido no pudo evitar comprarse un helado mientras Rafa trabajaba. El resto fue pasar algunas horas muy tirados viendo pasar turistas en una dirección y volviendo al cabo de un rato, turistas a los que nuestro aspecto les debía parecer francamente risible.

     

    Sin embargo, nada dura, y tenemos que continuar nuestro camino hacia el siguiente pueblo. Pero no para Garrido, que ha decidido que él tiene suficiente con una caminata mortal al día y hará el siguiente tramo en tren, esperándonos en la estación con las tiendas de campaña. Liberados del engorro de las tiendas, y con un sol mucho más suave, seguimos nuestro camino, rajando a gusto de Garrido. Parece mucho más sencillo que el anterior tramo, pero muy pronto encontramos otra tanda de escalones interminable, que parecía aquello la escalera de emergencia del Himalaya. A los cinco minutos, estábamos otra vez sudando a mares. Por el camino, nos encontramos con una pareja de caminantes como nosotros, aunque más guiris, y les saludamos. Y, entonces, sorpresa: hablan castellano. Bueno, al menos ella. A pesar de ser noruegos, podemos comunicarnos perfectamente, pues habla mucho mejor que Garrido, y con él nos apañamos. Estamos allí unos minutos, hablando de nuestras respectivas rutas, de donde dormiremos y típicos comentarios de trotamundos. Finalmente, después de ser fervientemente recomendados acerca de las virtudes de Noruega, seguimos nuestro camino y llegamos en un rato al nuevo pueblo a colonizar: Vernazza.

     

    Al llegar, nuestro agente en vanguardia Garrido debería haber localizado los supermercados, fuentes y lugares de interés, o donde dormir, pero parece ser que no ha encontrado gran cosa todavía. Entramos en el primer supermercado que pillamos para coger provisiones y, al salir, encontramos más españoles, puede que sevillanos o algo así. Al final, pasamos de montarnos una cena cutre como siempre y nos damos el lujazo de meternos en una pizzería razonablemente barata. La tía nos dejó sentarnos en la mesa sin cobrarnos cubierto, asi que debíamos dar mucha pena. Nos dimos una buena panzada de pizza, comimos unos helados magníficos y dimos una vuelta por el pueblecito, que tenía toda la pinta de ser uno de esos pueblo que en verano tienen fiesta mayor todos los días.

     

    Claro, quedaba el detalle de que teníamos que dormir en algún sitio, y el pueblo no nos lo estaba poniendo nada fácil, la verdad. Después de varias vueltas y de descartar la ridícula idea de dormir en el túnel del tren (pasaban trenes cada 10 minutos y ratas cada 10 segundos), nos decidimos por un pequeño parque infantil. Tuvimos la decencia de esperar a que la gente volviese primero a sus casas, más que nada por no hacerles pensar que les estaba llegando una plaga de vagabundos al pueblo. Pero en cuanto la última pareja de pijos desapareció cogidita de la mano, sacamos las quechuas y nos apalancamos entre los dos columpios. Me dormí pensando en el día: despertar en una cuneta, andar 11 horas sin agua ni comida, elegir el camino mas largo posible, bañarnos en la playa con tiendas de campaña y todo, intercambios culturales con noruegos y dormir en un parque infantil en un pueblo remoto... y no llevamos ni una semana aqui...


  4. Día 5

     

    Bolonia, Campo de concentración “Bolonia-birkenau”, 5:00 AM

     

    Recogemos nuestros bártulos a toda velocidad y nos damos una ducha rápida, mentalizándonos para el largo día que nos espera. El primer objetivo es el tren a Génova, que perdemos por escasos 15 segundos. Y, sorprendentemente, en el centro ferroviario de Italia resulta imposible encontrar otra conexión a corto plazo. Haciendo malabarismos con los horarios encontramos un recorrido Bolonia – Parma – Génova que parecía aceptable. Solo nos quedaba conseguir que nos cambiasen el billete.

     

    La tarea, aparentemente banal, revestía sin embargo cierta complicación. No fue la hora y cuarto de cola lo que nos desanimó, ni el incomprensible dialecto montañés del tipo de la ventanilla. Fue más bien el hecho de que no nos hizo ni puto caso con el cambio que pedíamos (y eso que se lo enseñé por escrito, con los codigos de cada trayecto y todo), y nos colocó un billete para otro tren totalmente distinto. Así que, al final, montamos en el tren que nos dío la gana y adoptamos la típica actitud ante el revisor de “yo soy tonto y no le entiendo”, con lo que milagrosamente conseguimos hacer valer nuestro billete.

    La primera parada era Parma, donde teníamos un par de horas para hacer el transbordo y de paso visitar la ciudad del parmesano. Además, tocaba mercadillo, así que había un ambiente bastante interesante. Atravesamos los puestos buscando queso barato (no existe, es una leyenda urbana) y descansamos en un plaza enorme. En nuestra visita relámpago también pudimos ver el duomo, la calle de las pastelerías, comprar un helado y volver a la estación. Después subimos al tren destino Génova, vía Piazenza. Aprovechamos para hacernos unos bocatas que hicieron de comida y que causaron el disgusto de los demas viajeros. Al final, llegamos a destino alrededor de las 17:00 y nos preparamos para hacer una visita a la zona portuaria de Génova, muy bonita ella. Marcamos un recorrido perfectamente calculado que nos permitiría admirar todo lo que Génova podía ofrecernos.

     

    Durante el recorrido, en el que cargábamos con todo el equipaje porque los amables italianos querían cobrarnos incluso solo por mirar el guarda maletas, todos tuvimos la misma sensación: Génova era la ciudad que más nos recordaba a Vigo hasta el momento. No sabemos muy bien cuál era el rasgo más característico, tal vez el tráfico, las calles extrañamente trazadas, el ambiente típico de una ciudad costera, o cualquier otra cosa. Recorrimos las calles medievales de la ciudad viendo grandes mansiones medievales y pequeños monumentos anodinos.

     

    Cuando llegamos a la zona del Duomo compramos las correspondientes postales que atestiguaban nuestra presencia en la ciudad. (mi colección de psotales: el orgullo de mi habitación) En ese punto, nos desviamos totalmente del recorrido, con lo que de repente nos vimos en la otra punta de la ciudad, y con nuestro tren saliendo en 1 hora. Finalmente, sudorosos y medio muertos, logramos nuestro objetivo. Con los nervios muy tensos y Garrido amenazando con terribles torturas si no llegábamos inmediatamente, encontramos la estación, compramos nuestros billetes y subimos al tercer tren del día, nuestro destino: la Cinque Terre.

     

    En el tren nos relajamos y nos mentalizamos para la gran caminata que nos íbamos a dar en los próximos días, jugamos a las cartas y dormimos a ratos.

     

    Llegamos al pueblo de Levanto, donde habíamos decidido empezar la ruta, y encontramos enseguida indicaciones de la ruta de senderismo. Como aun eran las 7 de la tarde, y en el pueblo estaba todo cerrado, empezamos inmediatamente la travesía. Por supuesto, en un alarde de logística prodigiosa, no teníamos apenas comida, ni agua. Tampoco teníamos mapas, ni la mas minima idea de la distancia hasta el siguiente pueblo. Ni siquiera tuvimos en cuenta el tema de que anochece dos horas antes que en Galicia, ni que en el horizonte se veían nubes de tormenta. Todo muy calculado, vamos.

     

    El comienzo ya nos daba una idea de cómo sería el resto del recorrido: una larga escalinata de piedra que llevaba a un antiguo castillo, y después, poco a poco, iban desapareciendo los últimos indicios de civilización, las últimas casas. Comenzaba la caminata, y estábamos seguros de nos daría tiempo a llegar al siguiente pueblo esa misma tarde y dormir allí. (Ja, ja, ja. Espera que me rio un rato: ja, ja... )

    (ja, ja, ja un poco mas)

     

    Después de dos horas, sin embargo, y en cuanto la luz se redujo a algo anecdótico, quedo clarísimo que tendríamos que dormir por ahí, en cualquier lado. Claro, cuando "por ahí, en cualquier lado", significa en medio del monte, el chiste pierde su gracia. En esto que vimos un hotelucho a un lado del camino, comprobamos el contenido de las carteras, y pensamos que podríamos montar la tienda en el aparcamiento.

     

    Pero, como somos buenas personas, quisimos preguntar primero al encargado (claro error, hay que echarle más morro). El chulito veinteañero que nos encontramos nos dijo que no era el encargado, y que no podíamos montar nuestras tiendas. Después de suplicar un rato, nos indicó que, un poco mas adelante, encontraríamos un “prato” donde montar las tiendas, que luego resultó ser un miserable apartadero en la carretera hecho de arena y hormigón sin enlucir.

     

    Después de quince minutos apartando piedras a la luz de una linterna, el lugar apenas era digno para que durmiese un perro leproso e insensible, pero aun así montamos las tiendas e intentamos cenar algo. Siguiendo con la tradición de nuestras cenas de hotel Ritz, teníamos unas galletas baratas racionadas y una lata de maíz. Como la lata de maíz estaba muy sosa, quisimos echarle un poco de sal. Entonces, para mejorar las cosas, derrame alrededor de un cuarto de kilo de sal sobre nuestra única cena, que incluso lavada resultó absolutamente incomestible.

     

    Finalmente, intentamos dormir ilusionandonos con que lo mas seguro es que lo que se movía entre los árboles sería solo aire; que las piedras en la espalda no dejarían lesiones graves, que el viento no nos tiraría por el borde del barranco, y que ningun coche despistado patinaria para atropellarnos.


  5. Día 3

     

    Verona, Camping de los Yonkies. 6:00 AM

     

    Este nuevo día de nuestra expedición comienza especialmente temprano para Pablo. Considerablemente oprimido por la longitud de la litera, en la que no cabe ni por fascículos (mide como 2 metros, y la litera no más de 1,60), tiene además que sufrir de cerca el virtuoso solo de ronquidos en lá menor cortesía de Rafa, a lo que ya hemos dicho que resulta muy sensible, el pobre.

     

    Se esta acabando la comida que traíamos, asi que desayunamos, literalmente, un puñado de cacahuetes. Marisco de mono. Después de atravesar la ciudad, cogemos el tren a Venecia, y llegamos a Mestre antes de lo pensado. Bajamos del tren y salimos al exterior de la estación, para darnos cuenta… de que no teníamos ni la menor idea de donde estábamos. Y ni mucho menos de donde estaba el camping. Para solucionar nuestra complicada situación, recurrimos a la vieja solución de ponernos a andar en una dirección cualquiera, pues con toda seguridad elegiríamos la dirección contraria y solo tendríamos que dar la vuelta.

     

    Como de esa soberana estupidez no podía salir nada bueno, decidimos cambiar de estrategia y preguntar a algún paisano por la dirección. Los interrogados fueron: el cocainómano que atendía en la gasolinera, el chapero chulo putas del barrio (con sus correspondientes prendas ajustadas y camiseta de tirantes sobre una barriga descomunal) y una anciana medio sorda. Acabamos deduciendo que, fuese la dirección que fuese, estaba muy lejos. El único autobus aceptable parecía el 15, y en el montamos dispuestos a pagar el 1,5 € que costaba. Entonces el conductor nos miró con cara de asombro y nos dijo “no biglietto”. A partir de ese momento, el transporte público en Italia paso a ser gratuito para nosotros.

     

    En el autobús conocimos a un tipo muy majo que parecía muy interesado en contarnos su vida y la de su familia, y pasamos todo el viaje charlando con el.

     

    El camping está pasado el aeropuerto de Mestre. Una vez allí, pedimos nuestra plaza y montamos nuestro campamento base en el Véneto, para a continuación tirarnos como vacas durante horas. El supermercado del camping estaba cerrado, así que tendríamos que aguantar una comida más con las reservas de Barcelona. Comimos rodeados de deliciosas viandas (latas de sardinillas y zamburiñas torradas por el sol, sentados en una toalla, en el suelo) Ese día, hasta nos permitimos un amago de siesta. Después, piscinita y mas descanso, hasta que alrededor de las cinco de la tarde pensamos que tal vez deberíamos visitar Venecia. Muy costosamente, agobiados por el calor, cogimos nuestras cosas y montamos en el autobús. Por el camino vimos un supermercado, así que nos bajamos antes de nuestra parada para aprovisionarnos, porque no nos quedaba nada de comida. Pror el precio, debía ser una filial del Corte Inglés, y después nos las vimos y nos las deseamos para conseguir otro autobús que nos llevase hasta la estación. Sinceramente, ninguno creía ya que fuésemos a llegar a Venecia nunca, pero un rato después conseguimos nuestro objetivo: estábamos en la estación de Santa Lucía.

     

    Nada más salir de la estación, quedamos inmediatamente sobrecogidos por la grandeza de la Serenissima. Vamos, que flipamos un cacho. Fue cruzar el puente de Rialto, y Pablo babeaba hechizado con el ambiente de la ciudad. Nuestra estrategia de visita consistía simplemente en perdernos por la ciudad y ver todo lo posible. Además, al ser tarde, casi no quedaban turistas. Paseamos por las callejuelas estrechas haciendo videos de todos los rincones y canales. El momento más sobresaliente fue, como no, la llegada a la Piazza de San Marco. Cuando ya intuíamos que debía estar cerca, quisimos acortar camino "cruzando la calle", lo que implicaba un pequeño salto. Y ese salto no pudo superarlo la camara de fotos cutre del lidl, que prefirio darse un baño. Por eso no hay muchas fotos de los primeros cuatro días. De todos modos, fui convenientemente golpeado con objetos punzantes por no guardar la camara en otro bolsillo.

     

    Rafa se dedico a mirar con envidia a los músicos callejeros (el pobre es un artista bohemio frustrado), mientras visitabamos la zona.

     

    La visita era una pasada pero, sin embargo, era ya bastante tarde, y no nos quedaba otro remedio que volver si queríamos coger algún tren de vuelta. El camino de regreso no fue nada sencillo, y el laberinto de calles que tanto nos gusto al principio nos hizo dar vueltas y vueltas sin parar. Al final encontramos una especie de ruta marcada por cartelitos y, siguiéndola, acabamos llegando a la estación de tren. Nos colamos en el último tren, esperando no encontrar ningún revisor. Tuvimos suerte, y al cabo de un rato estábamos de nuevo en Mestre.

     

    Pero no acababa allí el día. Aun teníamos que llegar hasta el camping, que ya sabíamos que no estaba precisamente cerca. Y enseguida descubrimos que nuestro autobús, simplemente, no iba a pasar más. Dimos un montón de vueltas preguntando por algún autobús nocturno, pero los coreanos de las tiendas 24 horas no sabían decirnos nada útil. Entonces, comenzó el “tour” por los muchos hoteles de los alrededores de la estación, preguntando por la ubicación de la parada de autobús. Por suerte, en los hoteles están acostumbrados a entender a los extranjeros, y poco a poco nos acercamos a “Corso di Popolo”, donde estaba la “fermata”.

     

    Como Murphy se apunto al viaje sin ser invitado, hubo un accidente la autopista y el autobús no podía venir. Sorprendidos por nuestra mala suerte, llegamos al camping en taxi, 27 € más pobres y vimos que en él se celebraba una especie de fiesta. Para rematar el día, cenamos después de una merecida ducha. ¿Y qué cenamos? Pues una lata de garbanzos de mierda en el único lugar iluminado del camping, la lavandería. (Quién nos diría que íbamos a volver muchas veces a las lavanderías de los campings)

     

    Luego nos acercamos a la fiesta del camping, pero no duró mucho mas, aqui a las dos de la mañana todo el mundo esta durmiendo hace rato.

     

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    Aprovecho y suelto ya otro día mas, que ya lo tengo escrito. Alguno a pedido fotos, pero es dificil encontrar fotos de los primeros cuatro días, porque perdimos una de las cámaras y casi todo lo que hay de esos días son videos del armatoste que llevaba Garrido. A partir de Bolonia hay mas fotos,aunque entonces ya empezamos a sufrir los efectos del vagabundismo y la desnutrición, y vernos las caras no inspira demasiado, pero halla vosotros.

    post-20650-1192005557_thumb.jpg -->Garrido y el-tio-mas-feo-del-mundo (Alias Rafa)

    Seguro que muchos habreis pasado cosas peores, pero yo prometo no volver a hacer un viaje en el nivel de indigencia en el que hicimos este. Saludos.

     

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    Día 4

     

    Mestre, Campamento del Véneto, 6:30 AM

     

    Comenzaba el cuarto día de nuestro viaje con la frustración que da saber que, al final el día, tendré que escribir otra vez en mi diario “seis de la mañana”. Desayunamos con calma y recogimos nuestras cosas. Pagamos en recepción y sacamos dinero del cajero mientras esperábamos el autobús. Aprovechamos también para comprar gas para el hornillo (¡se acabaron las latas de conservas!) El asqueroso bus nos dio un agradable paseo de una hora sin aire acondicionado que nos dejo totalmente agotados, y después aun tocaron otro par de horas en tren hasta Bolonia. Una vez allí, mientras buscaba infructuosamente alguna señal del atentado de hacía algunos años, que se supone que es una atracción morboso-turística, conseguimos un plano de la ciudad y comenzamos la odisea de llegar al camping.

     

    Averigüado el autobús, tuve que intentar entenderme con el conductor, que tenía toda la pinta de ser pariente próximo de los del camping de Verona. Vamos, un yonkarra de los buenos, que ni siquiera sabía en qué parada estábamos. Y después de bajarnos del autobús, en la "vía Stalingrado" (toda la ciudad tiene un ligero ambiente rojo-comunista, no?), aun quedaban como dos kilómetros hasta el camping, que a primera vista no se diferenciaba mucho de un campo de concentración: vallas altas, entrada con varios niveles de seguridad, y largas hileras de casetones donde confinar a los prisio… clientes. Allí la tarjeta dio su primer susto, y tuvimos que pagar en efectivo. Eso nos dejaba, entre los tres, con una miseria. De nuestro presupuesto conjunto de 1200 € entre todos, ya solo quedaban 850, y aun faltan 16 días...

     

    Montamos nuestro campamento junto a unos agradables ancianos de procedencia nordico-germanico-guiriesca, aparentemente muy tranquilos y con pinta de no salir nunca del camping, así que podrían vigilar nuestras cosas. Claro, la cosa cambia cuando, mientras yo trataba de hervir unos tristes macarrones en un cuenco, los “ancianitos” sacan ostras, guisos y se bajan 3 botellas de champán en 10 minutos.

     

    Tras una hora de esfuerzo, tenemos el resultado: pasta barata cocida en agua barata, con salsa de tomate acida (nota mental, comprar azucar). Nutritivo, barato, y prácticamente incomestible. Garrido experimentó su típica reacción en tres fases: “que bueno esta esto”, “no tengo mucha hambre”, “no vuelvo a comer esta mierda ni muerto”; y salió a ver si compraba un helado.

     

    En vista de que iba a pasarnos como en Venecia y que no íbamos a ver Bolonia, cogimos el autobús y nos plantamos en el centro de la ciudad. Compramos algunas provisiones en el primer supermercado y seguimos la estrategia de la oca, de monumento en monumento y tiro porque me toca. Los puntos más resaltable de la ciudad probablemente fueron el teatro barroco, el duomo inconcluso (desvelado el truco de las catedrales: por detrás del mármol son más cutres que un petrolero de corcho), el supermercado y los tiraos tocando los bongos de los que casi nos hacemos amigos.

    post-20650-1192005530_thumb.jpg

    En una de las muchas placitas llenas de conciertos super-culturizantes montó Pablo una interesante escena en la que intervenían la policía de tráfico multando, un menda con un Ferrari y cara de alucinado y unas tías desmontándose de risa. Al final, volvimos a nuestro campamento base (a fuerza de llamarlo así espero darle un poco de dignidad a dos tiendas enanas donde dormimos sin esterilla)

     

    post-20650-1192005541_thumb.jpg--> (y en el centro, por fin salgo yo en una foto!)

    Regresamos viendo las torres gemelas de Bolonia y cenamos unos bocatas de atún y salami, la única conserva y el único embutido decentes de Italia respectivamente, preparados casi a ciegas en plena noche.

     

    Tocaba a su fin otro día más de nuestra Tour (de hecho, Giro, no?). El último además, de los días de dormir entre las “comodidades” de un verdadero camping. Ahora es cuando el "vagabundo's tour" adquiere el adjetivo "Vagabundo's"


  6. Día 2

     

    Milán, Hotel Piola. 6:30 AM

     

    El segundo día de nuestro particular viaje empezaba necesariamente temprano por la mañana, a las 6:30, pues queríamos coger uno de los primeros trenes y aprovechar el día. Fue en ese momento cuando descubrí a los que fueron mis compañeros durante medio viaje, los mosquitos italianos, compañeros que los demás no sufrieron hasta el final del viaje. Cuando nos fuimos, recepción aun estaba cerrada, pero por suerte ya teníamos nuestros carnets de identidad. Cogimos el metro y el primer tren destino Verona: Porta Nuova, y allí hicimos cuentas de los gastos del día anterior. Los resultados fueron desesperanzadores: en un solo día gastamos algo más de 210 euros (La tarjeta ya estaba asustada, pues agotamos la mitad del efectivo en un solo día). A ese ritmo, en menos de una semana nos veríamos reducidos a la indigencia forzosa. Había que hacer algo al respecto.

     

    Llegados a Verona, recurrimos al mapita de mi guía de viaje para elegir el camino. Enseguida mis habilidades innatas para la orientación me permitieron establecer el rumbo más corto, con más tramos de sombra y fuentes en cada esquina. A continuación, fuimos en una dirección totalmente opuesta y rodeamos toooda la ciudad para llegar al camping. De esta manera, recibimos todo el sol posible y nos abrasamos a morir, no encontramos una fuente hasta casi el final de todo y caminamos sobrecargados durante más de una hora. Finalmente, vimos (aun a lo lejos) nuestro destino, un pequeño monte desde el que se domina la ciudad. Al final llegamos, y entablamos contacto con los gerentes.

     

    Mientras hacíamos gala de nuestro incipiente italiano, descubrimos el verdadero carácter del camping. Los (suponemos) dueños eran dos hombres y una mujer. Uno de ellos era el típico rasta-porrero, con aspecto de desayunar infusión de hierbas mágicas en vez de cola cao. El otro respondía al prototipo de “yonki sabio”, cuya función probablemente era catalogar todas las plantas del camping según su capacidad de intoxicación y disimular cuando la policía les pidiese los papeles. La chica no parecía tener una función definida más allá de limpiar el lavabo y vender mortadela.

     

    Nuestro flamante bungalow reservado un mes antes resulta ser una vieja caravana sin agua ni enchufes, estacionada en una esquina del camping. Como tiene sillas y una especie de tabla apoyada en un palo que hace las veces de mesa, descansamos un rato y comemos cacahuetes y otros frutos secos. Poco tiempo después, y como no tenemos nada que comer, salimos a patrullar la ciudad. Bajamos el monte y cruzamos el famoso “Ponte Pietra” para encontrarnos directamente en el centro histórico de una ciudad… desierta. En efecto, es la hora de comer, y nadie pasea por las calles, lo que unido al abrumador calor nos reduce en cuestión de minutos a la condición de agonizantes amebas sudorosas. Visitamos las iglesias de rigor y el Duomo, y como es una zona pequeña pasamos varias veces por los mismos sitios. Al menos, el ambiente romano-medieval está bien logrado, seguro que no es muy diferente ahora de cómo lo era en 1500. Por cierto, Verona tuvo el honor de servirme mi primer helado italiano.

     

    Al final, llegamos al monumento por el que es mas conocida la ciudad, la casa de Julieta, que ni fue de Julieta, ni ná. En el patio luce la principal atracción, un gran muro totalmente cubierto de chicles al más puro estilo Port Aventura. Además, al fondo hay una estatua de bronce que representa a Julieta y a la cual hay que meter mano, según la tradición. Aquí, Rafa abandona su “dignitas” y cumple con la tradición, a diferencia de Milán, pero es que Rafa puede llegar a extremos insospechados para pillar cacho, aunque sea con un trozo de bronce. Cumplida la tradición y hecho el video (pues ninguno, repito NINGUNO ha traido la cámara de fotos, y la que hay tiene la tarjeta de memoria llena - nadie sabe de que-), aprovechamos nuestra visita al mercado local para ser amablemente estafados por un par de trozos de pizza. Después, visitamos el magníficamente conservado anfiteatro romano, las murallas de la ciudad, y un castillo medieval en cuya fuente nos bañamos en plan espontaneo mientras nos miraban los turistas.

     

    En Italia oscurece pronto, al menos para los que venimos de Galicia, así que hacia las 7 comenzamos la retirada al campamento base. Allí damos cuenta de un miserable amago de cena a base de restos de embutido medio cocido por el calor y cacahuetes.

     

    Fase de higienización, una magnifica ducha, y nos preparamos para analizar la noche italiana.

     

    Rápidamente, llegamos a la ciudad, compro un helado y paseamos por las calles, alucinando de la cantidad de turistas y nativos que aparecen cuando se va el sol. Acabamos en la plaza del anfiteatro, en el que había un concierto, sentados en una escalinata; y con Rafa aprendiendo rudimentos de italiano específicamente pensados para ligar (pobre iluso). Algun tiempo después, plenamente conscientes de lo poco motivadora que es Verona de noche (nadie con menos de 50 años, o que hable un idioma latino), y sin saber muy bien a donde mas ir, nos levantamos muy dignamente y regresamos al camping hablando animadamente.

     

    De nuevo en nuestra magnífica roulotte, montamos nuestras mochilas intentando no molestar demasiado a los durmientes (Pablo y Garrido pasaron bastante de la noche "Veronesa") y nos disponemos a esperar un nuevo día. La visita no ha estado mal, después de todo, y hemos reducido los gastos de 210 € a 86 €. De todos modos, con estos gastos, no llegaremos a una semana, y aun no sabíamos que lo mejor, estaba todavía por llegar.


  7. Día 1

     

     

     

    Bérgamo, Aeropuerto internacional. 5:30 A.M.

     

    El día comienza muy pronto, pues contamos con la inesperada ayuda del despertador viviente que ha resultado ser Rafa. Sí, sus ronquidos han hecho pasar una muy mala noche a Pablo, que vislumbra en el horizonte unas noches muy duras. ¿Conocis a alguien capaz de roncar de lado? Es mas ¿Conocéis a alguien capaz de roncar… boca abajo? Pues eso lo resume todo.

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    Recogimos todo el campamento rápidamente y abandonamos el trozo de cesped entre las risas de los pilotos y azafatas que entraban a trabajar. Entramos en la terminal por última vez, con la intención de desayunar. Inexpertos aun en el tema del idioma, pedimos en vano un “café con leche”, a lo cual la camarera respondió sirviéndonos algo distinto a cada uno. Delante de un cortado, un capuccino, un café con leche y un chocolate con nata, aprendimos a pedir de ahora en adelante “latte maquiato”.

     

    A continuación, buscamos un autobús que nos llevase a Milan. 7 euros y 50 minutos después, la Stazione Centrale se alzaba ante nosotros como un monumento a la inutilidad y el diseño menos práctico. ¿A santo de qué vienen tantísimos escalones? ¿Cómo hacían antes de la invención de las escaleras mecánicas? Buscamos la oficina de turismo pero, como no, estaba cerrada, así que después de 30 minutos de dudas decidimos apañarnos como pudiésemos para buscar un hotel. Recordábamos la zona en la que se amontonaban los hoteluchos baratos y las pensiones, así que fuimos en metro hasta la estación equivocada y retrocedimos fijándonos en los carteles. Después de un rato, encontramos de pura casualidad un hotel que ya habíamos visto en internet en una ocasión.

     

    El hotel Piola ofrecía precios mejores en su página web, pero la combinación de no hacer reserva y el pestazo a guiris que debíamos tener nos llevaron a pagar 27 (¡!) euros por persona y noche, sin desayuno ni nada. Como la habitación aun no había sido desalojada dejamos las mochilas allí tiradas al cuidado del Napolitano que regentaba el hotel y marchamos a descubrir los secretos de la antigua Mediolanum. Enfilamos la primera calle hasta la Piazza Argentina, donde empezamos a labrarnos nuestra imagen de “típico tirado españolito sin un duro” cuando nos preparamos unos bocatas de jamón serrano sentados sobre unas macetas, mientras muchos pijos milaneses nos miraban desde detrás de sus enormes gafas de sol. Seguimos el camino y nos quedamos asombrados a medida que íbamos descubriendo las peculiaridades de la raza milanesa. Pues sí, respetables señores, estas gentes con nombre de filete empanado no precisan de alimentación ni bebida, y probablemente tampoco de compañía humana y, si me apuras, tampoco luz del sol. El milanés típico obtiene todo lo que necesita para vivir de las tiendas de ropa cara y con lujosos escaparates. Por lo menos durante 2 kilómetros de calle pudimos ver incontables tiendas de ropa y complementos, pero absolutamente ningún supermercado, y tan solo dos o tres tiendas de comida rápida y similar (obviamente destinadas a los turistas). Paso a paso, y sabiendo ya que “milanés conjuntado es milanés saciado”, atajamos un par de calles con intención de llegar a la mítica “Vía Montenapoleone”, la milla de oro del comercio de lujo.

     

    A primera vista, la famosa calle tampoco parecía gran cosa, y las decenas de guiris con su rudimentaria vestimenta afeaba un poco el ambiente, pero bastaba fijarse en cualquier escaparate para darse cuenta de que los pequeños comercios que salpican las aceras no tienen absolutamente nada de vulgares.

     

    Después nos acercamos al centro histórico, junto a la grandiosa catedral. Todos mirábamos anonadados hacia arriba y tratábamos de ignorar las exclamaciones semi-orgásmicas de Pablo, que estaba en pleno estado de éxtasis artístico.

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    Mientras tanto, los verdaderos dueños de la plaza atacaban a las nuevas víctimas: encuestadores, mexicanos vendiendo pan para las palomas, una vieja loca que corría y gritaba de un lado para otro y varios negros con pulseritas artesanales que rápidamente descubrieron quien era el más lerdo de los cuatro y se lanzaron con sus pulseras hacia Rafa, como moscas ávidas junto a un montón de fascinante mie… bueno, se entiende, supongo.

     

    En diez segundos, del brazo de Rafa colgaba una pulsera verde y de la pulsera colgaba un negro pidiendo “denarios”. Incapaz de librarse del, y con el pulso como para mandarle a robar panderetas, fuimos a espantar a los “negros malos”. Luego entramos en la catedral y alucinamos un rato más, y cuando ya estuvimos saturados de arte, salimos a contemplar la galería Victorio Emannuelle. Al llegar al centro cumplimos con el sádico y semi-fetichista ritual de pisotearle los genitales a un pobre toro dibujado en el mosaico, excepto Rafa, que lo consideraba una tradición terriblemente estúpida y vulgar, algo demasiado bajo para él, supongo.

     

    Así que volvimos en metro al hotel y nos colocamos en nuestra habitación, que ya estaba libre. Inmediatamente, nos apalancamos malamente y pasamos a fase de relajación. Como teníamos que comer algo, bajamos a un supermercado cercano y compramos cubiertos de plástico, macarrones, coca cola, una tarrina de helado, pan y cosas igualmente inútiles. Volvimos a la habitación y encontramos a Garrido en la misma posición en la que lo habíamos dejado: tirado de costado sobre la cama, cual león marino en fase de reposo. Comenzaba a perfilarse el significado garridiano de unas vacaciones perfectas: dormir todo el tiempo posible.

     

    Hacia las 6 de la tarde, hicimos un esfuerzo supremo y conseguimos levantarnos y comenzar la excursión a Como. Desgraciadamente, ya parecía ser demasiado tarde. Aun así, fuimos andando hasta la estación de tren y compramos un billete a Como. El tren ya estaba en la vía y comenzó el viaje, un viaje agobiante por que no tenía aire acondicionado y además estábamos bastante cansados. Sin embargo, cuando llegamos, no tardó mucho en cambiarnos la cara. Tiene un ambiente muy interesante, con terracitas a la orilla del lago, un duomo bastante bonito, plazas de agradable ambiente…

     

    Pablo contribuyó orgulloso a rellenar el lago con su saliva, y luego se vanagloriaría al saber que su escupitajo llegaría a la casa de George Clooney

     

    Allí comenzó la relación de Garrido con los helados italianos, y también comimos nuestros primeros trozos de pizza italiana. Por escasez de tiempo, no pudimos subir a la cima de los montes que rodean el lago, desde los cuales deben contemplarse unas vistas sobrecogedoras.

     

    El viaje de vuelta, en un tren bastante moderno, fue más agradable, aunque por desgracia nos dio por pagarlo, algo que en el futuro demostro ser innecesario.

     

    Estuvimos a punto de irnos a dar una vuelta nocturna, en pleno San Juan, pero no teniamos ya energías para nada, asi que postpusimos la juerga para el día siguiente.

     

    De vuelta en el hotel, intentamos preparar una rudimentaria cena con latas de sardinillas y atún. La otra parte de la cena, una lata de carne, tenía sorpresa: no era una lata abre fácil. No hay problema, mi navaja de 18 usos podrá con el imprevisto. Con lo que no contaba es con que entre todos los usos, la navaja multiusos de marras contaba con tijeritas para recortar la barba y un destornillador, pero no con nada que se pareciese a un abrelatas. Además, el material debía ser una aleación de papel albal y plastilina, pues se doblaba como si yo fuese Uri Geller. Finalmente, decidí intentarlo con la navaja buena, que solo tiene dos funciones: cortar y… bueno, tiene una parte roma que seguro que sirve para algo.

     

    Así, a base de apuñalar la lata en distintos lugares del borde y de hacer palanca, pude abrir la lata en apenas media hora. Sudoroso y cubierto de jugo de carne, contemplé mi obra: un montón de carne triturada por los navajazos hasta parecer comida de perro, con un aspecto demasiado similar, y esquirlas de lata en los bordes. Ofrecí el primer bocado a Pablo y a Rafa, que manifestaron de forma muy gráfica su repugnancia y se negaron a comer más que el primer bocado.

    Muy orgulloso, me obligue a comer tres bocados, pero realmente era un cosa muy lamentable, y además era la lata más barata de la tienda, así que acabo en la basura. Fregamos los platos en el baño con lactovit y frotando con los dedos, para después unirnos al club de los durmientes y esperamos la llegada del nuevo día, en el que viajaríamos a Verona


  8. Venga, va, que hago un diario y todo.

     

    Finalmente, cuatro gallegos han logrado volver de italia vivos (o algo parecido). Realmente, hemos tenido que hacer malabarismos con el dinero (y ni asi). La cosa ha sido casi épica a ratos, y eso que parecía imposible que pasaran tantas cosas raras en un pais de aqui al lado, que tampoco es Ucrania ni Malasia...

     

    Al menos, me servira para no olvidarme de ninguna anecdota, porque mi memoria no es como para tirar cohetes. Dedicado a los otros tres capullos que me las hicieron paras p... genial en Italia.

     

    VAGABUNDO'S TOUR 07

     

    Día 0

     

    El día comienza temprano para los cuatro, que aun nos encontramos separados por más de 1000 kilómetros. Yo en Barcelona, y ellos en Vigo, y aun tengo que hacer la mochila . Mientras los tres miembros restantes de la expedición deben estar ya volando, vagabundeo por la ciudad, haciendo tiempo. Cuando calculo que deben estar a punto de llegar, me dirijo a Sans Estaçiò en el primer tren que sale de Plaça de Catalunya, donde se confirma mi capacidad de cálculo: hace rato que han aterrizado. Perfecto, viva la sincronización. Bien, además un accidente en la vía ha dejado inoperante la línea que conecta con el aeropuerto (que raro) y me veo obligado a apearme en Sans. Por supuesto, cogeran el autobús más caro para llegar. Se produce el reencuentro, momento tierno de la pelicula, que dura 10 segundos (dificiles los momentos tiernos con gente que te haría cambiar de acera en una noche cualquiera). A continuación, 40 € en comida miserable pa los primeros días y buscar un lugar barato en la zona del Raval pa comer, acabando en un garito que sirve pizzas y cava a precios aceptables en pleno imperio musulmán. Finalmente, como ultimo componente del equipaje, el vodka mas caro que podemos encontrar. Falta comprar las tiendas de campaña “quechua 2 seconds”, que si cumplen los que anuncian en televisión, deben emplear una tecnología digna de la NASA.

     

    Llegamos al autobus por 10 segundos, y ya estamos rumbo a Girona, donde nos esperaba el vuelo a cargo de Ryanair, la compañía más barata que pudimos encontrar para comenzar el viaje. La intención es que nos dejen en Bérgamo, y luego empezar el viaje en Milán.

     

    La terminal es pequeña pero está abarrotada de gente de todas partes y con todos los destinos. Pasamos el rato lamentando la trágica muerte de un cubo de ositos de gominola por súbita caída al mugriento suelo. Quién nos iba a decir que apenas una semana después no íbamos a poner ninguna clase de reparo a comer cosas del suelo.

     

    Como no podía ser de otra manera, el vuelo se retrasó. . Los detalles de las siguientes tres horas carecen de importancia alguna, basta decir que a las doce de la noche, por fin, empezamos a embarcar. Para intentar compensar el retraso, el piloto le metió toda la caña posible y logro reducir el tiempo de vuelo a unos acojonantes 40 minutos.

     

    Una vez en Bérgamo, el oportuno retraso nos sirvió de excusa perfecta para disimular el hecho de que el supuesto “albergue” del que habíamos hablado Garrido y yo tenía más de fantasía que otra cosa. En realidad, Rafa, y siento que te enteres de esta manera, siempre estuvo planeado dormir en el aeropuerto.

     

    En la terminal, el servicio de limpieza tenía copados los mejores lugares, así que salimos al exterior. Encontramos la sala de espera de los vuelos internacionales, donde un buen puñado de personas esperaban las conexiones de sus vuelos. Allí mismo montamos un tienda de campaña, y comprobamos que la tecnología de Quechua esta aun a años luz de lo que muestran los anuncios de televisión, por no decir que no se monta sola ni de coña. De todos modos, el encargado de seguridad nos hecho a patadas de la sala. En cuanto aprendimos a plegarlas de nuevo, Pablo y yo emprendimos un didáctico paseo en busca de un lugar adecuado donde asentarnos.

     

    Después de una rápida inspección de los alrededores, teníamos dos opciones: la rotonda de la carretera de incorporación, grande y con un magnifico césped aunque en una situación claramente conflictiva, o un trozo de hierba un poco más salvaje junto al aparcamiento, detrás de una furgoneta. Rápidamente, montamos las tiendas detrás de la furgoneta y dormimos todo lo que pudimos, a la espera del que realmente sería nuestro primer día en Italia. Comenzaba el Vagabundos’ Tour.


  9. Me voy!!! Hoy mismo me voy, exactamente dentro de 22 horas cojo mi vuelo a Bergamo.

     

    Ademas, el presupuesto a subido inesperadamente hasta 390 €.

     

    Un abrazo a todo el mundo, despues de leeros durante meses siento casi como si os conociese un poco (un poquito, no me voy a emocionar con el tema de las confianzas...)

     

    Gracias a quienes me habeis deseado buen viaje, y a los demas también.

     

    Ya contare como acaba todo esto, a lo mejor hasta me emociono y escribo un diario.

     

    Eña meus! Ata loguiño!


  10. Ya, vamos un poco justos de dinero... (¿se apiadara mi abuelita de mi? :lol: ).

     

    Uno de mis colegas estaba valorando la prostitucion o la mendicidad, pero dice que no le va nada eso de andar por ahi con una gorrita... asi q vamos apañaos

     

    Muchas gracias por el animo, si veo que hay interés, hasta puede que me plantee escribir un diario

     

    De momento, y por súbita defunción de mi camara de video, nos hemos agenciado un artefacto prehistorico q graba en cintas a precio de saldo.... al menos aun puedo hacer fotos digitales.

     

    Saludos a todos


  11. Buenos dias a todo el mundo! Y por si no nos vemos luego, buenas tardes y buenas noches.

     

     

    Finalemente, estoy a apenas una semana de marcharme de viaje a Italia con otros tres amigos, y la tension acumulada entre tanta espera y tanto examen me obligan a contarselo a alguien.

     

    Desde luego, no se puede decir que sea el usuario mas activo del foro, pero lo que si es seguro es que casi he erosionado el boton de "buscar" de este foro.

     

    Y como, por lo tanto, todos habeis prestado de manera indirecta una gran ayuda en la organización de este viaje (y ni aun así esta bien organizado), me siento obligado a agradeceroslo. Gracias

     

    Bueno, al final ha quedado claro que no compensa para nada el billete de un solo pais, y tengo previsto ahorrarme alrededor de 60 € cogiendo los billetes por separado. Ahora solo toca aprovechar al máximo los 19 dias que va a durar.

     

    Desgraciadamente, gran parte del presupuesto se ha consumido en cantidades industriales de vodka francés y alka setzer, asi que veremos como lograremos sobrevivir con unos 250 € de presupuesto y un nulo conocimiento del italiano...

     

    Sin nada mas que contar (de momento), un saludo para todos vosotros, y un aplauso al foro. Benditos sean ademas los diarios de viaje, cuantas risas y ayudas condensadas en una sola web.

     

    Grazie millle!


  12. Oh, maravilla, alguien que me entiende... que bonito. Gracias koala por contribuir a mi ridicula reivindicacion de los clasicos, post scriptum siempre me ha gustado mas.

     

    En cuanto al tema exilio... ¿Aznar? No, por favor, no me digais eso! Creo que es mas bien lo que llaman morriña, que ya hace siete meses que no veo mi tierra natal de Galicia, y me parece que va para largo.

     

    Pues eso, me considero oficialmente presentado, ahora voy a seguir destrozando mi organismo en la continuacion de la fiesta de arquitectura, que esta resultando muy fructifera. Un saludo.


  13. Bueno, aprovecho el post este tan majo que lleva... ¿Casi tres años abierto? para presentarme un poco (solo un poco), todo sea por la causa de los 8000 o 50000 mensajes.

     

    Bueno, pues eso, un saludo de uno que lleva ya un tiempo siguiendo este pedazo foro y que esta preparando un viajecito por Italia para este verano.

     

    Asi que, si la Arquitortura me deja algo de tiempo libre, me animaré a meterme en vuestra alegre comunidad, y ya soltaré disimuladamente mis dudillas al respecto.

     

    Un saludo desde el exilio.

     

     

    P.S. Sí, me he leido el mensaje de bienvenida, y lo he descubierto yo solito. Asi que tendreis que buscar otra cosa para meterme caña cuando empiece a meter la pata. :(

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