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Exiliado

Cuatro gallegos rumbo a italia

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Venga, va, que hago un diario y todo.

 

Finalmente, cuatro gallegos han logrado volver de italia vivos (o algo parecido). Realmente, hemos tenido que hacer malabarismos con el dinero (y ni asi). La cosa ha sido casi épica a ratos, y eso que parecía imposible que pasaran tantas cosas raras en un pais de aqui al lado, que tampoco es Ucrania ni Malasia...

 

Al menos, me servira para no olvidarme de ninguna anecdota, porque mi memoria no es como para tirar cohetes. Dedicado a los otros tres capullos que me las hicieron paras p... genial en Italia.

 

VAGABUNDO'S TOUR 07

 

Día 0

 

El día comienza temprano para los cuatro, que aun nos encontramos separados por más de 1000 kilómetros. Yo en Barcelona, y ellos en Vigo, y aun tengo que hacer la mochila . Mientras los tres miembros restantes de la expedición deben estar ya volando, vagabundeo por la ciudad, haciendo tiempo. Cuando calculo que deben estar a punto de llegar, me dirijo a Sans Estaçiò en el primer tren que sale de Plaça de Catalunya, donde se confirma mi capacidad de cálculo: hace rato que han aterrizado. Perfecto, viva la sincronización. Bien, además un accidente en la vía ha dejado inoperante la línea que conecta con el aeropuerto (que raro) y me veo obligado a apearme en Sans. Por supuesto, cogeran el autobús más caro para llegar. Se produce el reencuentro, momento tierno de la pelicula, que dura 10 segundos (dificiles los momentos tiernos con gente que te haría cambiar de acera en una noche cualquiera). A continuación, 40 € en comida miserable pa los primeros días y buscar un lugar barato en la zona del Raval pa comer, acabando en un garito que sirve pizzas y cava a precios aceptables en pleno imperio musulmán. Finalmente, como ultimo componente del equipaje, el vodka mas caro que podemos encontrar. Falta comprar las tiendas de campaña “quechua 2 seconds”, que si cumplen los que anuncian en televisión, deben emplear una tecnología digna de la NASA.

 

Llegamos al autobus por 10 segundos, y ya estamos rumbo a Girona, donde nos esperaba el vuelo a cargo de Ryanair, la compañía más barata que pudimos encontrar para comenzar el viaje. La intención es que nos dejen en Bérgamo, y luego empezar el viaje en Milán.

 

La terminal es pequeña pero está abarrotada de gente de todas partes y con todos los destinos. Pasamos el rato lamentando la trágica muerte de un cubo de ositos de gominola por súbita caída al mugriento suelo. Quién nos iba a decir que apenas una semana después no íbamos a poner ninguna clase de reparo a comer cosas del suelo.

 

Como no podía ser de otra manera, el vuelo se retrasó. . Los detalles de las siguientes tres horas carecen de importancia alguna, basta decir que a las doce de la noche, por fin, empezamos a embarcar. Para intentar compensar el retraso, el piloto le metió toda la caña posible y logro reducir el tiempo de vuelo a unos acojonantes 40 minutos.

 

Una vez en Bérgamo, el oportuno retraso nos sirvió de excusa perfecta para disimular el hecho de que el supuesto “albergue” del que habíamos hablado Garrido y yo tenía más de fantasía que otra cosa. En realidad, Rafa, y siento que te enteres de esta manera, siempre estuvo planeado dormir en el aeropuerto.

 

En la terminal, el servicio de limpieza tenía copados los mejores lugares, así que salimos al exterior. Encontramos la sala de espera de los vuelos internacionales, donde un buen puñado de personas esperaban las conexiones de sus vuelos. Allí mismo montamos un tienda de campaña, y comprobamos que la tecnología de Quechua esta aun a años luz de lo que muestran los anuncios de televisión, por no decir que no se monta sola ni de coña. De todos modos, el encargado de seguridad nos hecho a patadas de la sala. En cuanto aprendimos a plegarlas de nuevo, Pablo y yo emprendimos un didáctico paseo en busca de un lugar adecuado donde asentarnos.

 

Después de una rápida inspección de los alrededores, teníamos dos opciones: la rotonda de la carretera de incorporación, grande y con un magnifico césped aunque en una situación claramente conflictiva, o un trozo de hierba un poco más salvaje junto al aparcamiento, detrás de una furgoneta. Rápidamente, montamos las tiendas detrás de la furgoneta y dormimos todo lo que pudimos, a la espera del que realmente sería nuestro primer día en Italia. Comenzaba el Vagabundos’ Tour.

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Hombre si tres duermen en la rotonda mientras el cuarto puede sacarse unas pelillas vendiendo su carne. Os sigo en el vagabundos tour ;)

 

Adeu!

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Me alegro de que te hayas decidido a empezar con el diario. Ánimo, que a veces da un poco de pereza. Sobre todo porque la mayoría leen pero no ponen comentarios, y ver que la gente te sigue siempre te da un poquillo de energía.

;)

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Día 1

 

 

 

Bérgamo, Aeropuerto internacional. 5:30 A.M.

 

El día comienza muy pronto, pues contamos con la inesperada ayuda del despertador viviente que ha resultado ser Rafa. Sí, sus ronquidos han hecho pasar una muy mala noche a Pablo, que vislumbra en el horizonte unas noches muy duras. ¿Conocis a alguien capaz de roncar de lado? Es mas ¿Conocéis a alguien capaz de roncar… boca abajo? Pues eso lo resume todo.

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Recogimos todo el campamento rápidamente y abandonamos el trozo de cesped entre las risas de los pilotos y azafatas que entraban a trabajar. Entramos en la terminal por última vez, con la intención de desayunar. Inexpertos aun en el tema del idioma, pedimos en vano un “café con leche”, a lo cual la camarera respondió sirviéndonos algo distinto a cada uno. Delante de un cortado, un capuccino, un café con leche y un chocolate con nata, aprendimos a pedir de ahora en adelante “latte maquiato”.

 

A continuación, buscamos un autobús que nos llevase a Milan. 7 euros y 50 minutos después, la Stazione Centrale se alzaba ante nosotros como un monumento a la inutilidad y el diseño menos práctico. ¿A santo de qué vienen tantísimos escalones? ¿Cómo hacían antes de la invención de las escaleras mecánicas? Buscamos la oficina de turismo pero, como no, estaba cerrada, así que después de 30 minutos de dudas decidimos apañarnos como pudiésemos para buscar un hotel. Recordábamos la zona en la que se amontonaban los hoteluchos baratos y las pensiones, así que fuimos en metro hasta la estación equivocada y retrocedimos fijándonos en los carteles. Después de un rato, encontramos de pura casualidad un hotel que ya habíamos visto en internet en una ocasión.

 

El hotel Piola ofrecía precios mejores en su página web, pero la combinación de no hacer reserva y el pestazo a guiris que debíamos tener nos llevaron a pagar 27 (¡!) euros por persona y noche, sin desayuno ni nada. Como la habitación aun no había sido desalojada dejamos las mochilas allí tiradas al cuidado del Napolitano que regentaba el hotel y marchamos a descubrir los secretos de la antigua Mediolanum. Enfilamos la primera calle hasta la Piazza Argentina, donde empezamos a labrarnos nuestra imagen de “típico tirado españolito sin un duro” cuando nos preparamos unos bocatas de jamón serrano sentados sobre unas macetas, mientras muchos pijos milaneses nos miraban desde detrás de sus enormes gafas de sol. Seguimos el camino y nos quedamos asombrados a medida que íbamos descubriendo las peculiaridades de la raza milanesa. Pues sí, respetables señores, estas gentes con nombre de filete empanado no precisan de alimentación ni bebida, y probablemente tampoco de compañía humana y, si me apuras, tampoco luz del sol. El milanés típico obtiene todo lo que necesita para vivir de las tiendas de ropa cara y con lujosos escaparates. Por lo menos durante 2 kilómetros de calle pudimos ver incontables tiendas de ropa y complementos, pero absolutamente ningún supermercado, y tan solo dos o tres tiendas de comida rápida y similar (obviamente destinadas a los turistas). Paso a paso, y sabiendo ya que “milanés conjuntado es milanés saciado”, atajamos un par de calles con intención de llegar a la mítica “Vía Montenapoleone”, la milla de oro del comercio de lujo.

 

A primera vista, la famosa calle tampoco parecía gran cosa, y las decenas de guiris con su rudimentaria vestimenta afeaba un poco el ambiente, pero bastaba fijarse en cualquier escaparate para darse cuenta de que los pequeños comercios que salpican las aceras no tienen absolutamente nada de vulgares.

 

Después nos acercamos al centro histórico, junto a la grandiosa catedral. Todos mirábamos anonadados hacia arriba y tratábamos de ignorar las exclamaciones semi-orgásmicas de Pablo, que estaba en pleno estado de éxtasis artístico.

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Mientras tanto, los verdaderos dueños de la plaza atacaban a las nuevas víctimas: encuestadores, mexicanos vendiendo pan para las palomas, una vieja loca que corría y gritaba de un lado para otro y varios negros con pulseritas artesanales que rápidamente descubrieron quien era el más lerdo de los cuatro y se lanzaron con sus pulseras hacia Rafa, como moscas ávidas junto a un montón de fascinante mie… bueno, se entiende, supongo.

 

En diez segundos, del brazo de Rafa colgaba una pulsera verde y de la pulsera colgaba un negro pidiendo “denarios”. Incapaz de librarse del, y con el pulso como para mandarle a robar panderetas, fuimos a espantar a los “negros malos”. Luego entramos en la catedral y alucinamos un rato más, y cuando ya estuvimos saturados de arte, salimos a contemplar la galería Victorio Emannuelle. Al llegar al centro cumplimos con el sádico y semi-fetichista ritual de pisotearle los genitales a un pobre toro dibujado en el mosaico, excepto Rafa, que lo consideraba una tradición terriblemente estúpida y vulgar, algo demasiado bajo para él, supongo.

 

Así que volvimos en metro al hotel y nos colocamos en nuestra habitación, que ya estaba libre. Inmediatamente, nos apalancamos malamente y pasamos a fase de relajación. Como teníamos que comer algo, bajamos a un supermercado cercano y compramos cubiertos de plástico, macarrones, coca cola, una tarrina de helado, pan y cosas igualmente inútiles. Volvimos a la habitación y encontramos a Garrido en la misma posición en la que lo habíamos dejado: tirado de costado sobre la cama, cual león marino en fase de reposo. Comenzaba a perfilarse el significado garridiano de unas vacaciones perfectas: dormir todo el tiempo posible.

 

Hacia las 6 de la tarde, hicimos un esfuerzo supremo y conseguimos levantarnos y comenzar la excursión a Como. Desgraciadamente, ya parecía ser demasiado tarde. Aun así, fuimos andando hasta la estación de tren y compramos un billete a Como. El tren ya estaba en la vía y comenzó el viaje, un viaje agobiante por que no tenía aire acondicionado y además estábamos bastante cansados. Sin embargo, cuando llegamos, no tardó mucho en cambiarnos la cara. Tiene un ambiente muy interesante, con terracitas a la orilla del lago, un duomo bastante bonito, plazas de agradable ambiente…

 

Pablo contribuyó orgulloso a rellenar el lago con su saliva, y luego se vanagloriaría al saber que su escupitajo llegaría a la casa de George Clooney

 

Allí comenzó la relación de Garrido con los helados italianos, y también comimos nuestros primeros trozos de pizza italiana. Por escasez de tiempo, no pudimos subir a la cima de los montes que rodean el lago, desde los cuales deben contemplarse unas vistas sobrecogedoras.

 

El viaje de vuelta, en un tren bastante moderno, fue más agradable, aunque por desgracia nos dio por pagarlo, algo que en el futuro demostro ser innecesario.

 

Estuvimos a punto de irnos a dar una vuelta nocturna, en pleno San Juan, pero no teniamos ya energías para nada, asi que postpusimos la juerga para el día siguiente.

 

De vuelta en el hotel, intentamos preparar una rudimentaria cena con latas de sardinillas y atún. La otra parte de la cena, una lata de carne, tenía sorpresa: no era una lata abre fácil. No hay problema, mi navaja de 18 usos podrá con el imprevisto. Con lo que no contaba es con que entre todos los usos, la navaja multiusos de marras contaba con tijeritas para recortar la barba y un destornillador, pero no con nada que se pareciese a un abrelatas. Además, el material debía ser una aleación de papel albal y plastilina, pues se doblaba como si yo fuese Uri Geller. Finalmente, decidí intentarlo con la navaja buena, que solo tiene dos funciones: cortar y… bueno, tiene una parte roma que seguro que sirve para algo.

 

Así, a base de apuñalar la lata en distintos lugares del borde y de hacer palanca, pude abrir la lata en apenas media hora. Sudoroso y cubierto de jugo de carne, contemplé mi obra: un montón de carne triturada por los navajazos hasta parecer comida de perro, con un aspecto demasiado similar, y esquirlas de lata en los bordes. Ofrecí el primer bocado a Pablo y a Rafa, que manifestaron de forma muy gráfica su repugnancia y se negaron a comer más que el primer bocado.

Muy orgulloso, me obligue a comer tres bocados, pero realmente era un cosa muy lamentable, y además era la lata más barata de la tienda, así que acabo en la basura. Fregamos los platos en el baño con lactovit y frotando con los dedos, para después unirnos al club de los durmientes y esperamos la llegada del nuevo día, en el que viajaríamos a Verona

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En realidad, Rafa, y siento que te enteres de esta manera, siempre estuvo planeado dormir en el aeropuerto.

 

descubrieron quien era el más lerdo de los cuatro y se lanzaron con sus pulseras hacia Rafa

 

Me da a mi que en próximo viaje vais a ser tres porque anda que no recibe el pobre ;)

 

Encontramos la sala de espera de los vuelos internacionales, donde un buen puñado de personas esperaban las conexiones de sus vuelos. Allí mismo montamos un tienda de campaña, y comprobamos que la tecnología de Quechua esta aun a años luz de lo que muestran los anuncios de televisión, por no decir que no se monta sola ni de coña. De todos modos, el encargado de seguridad nos hecho a patadas de la sala.

 

¡Pero como os sobráis! A ver, lo de extender el saco y tal, ya canta, pero lo hemos hecho la mayoría de nosotros, pero... ¡¿la tienda?! ¡¡¡Flipo!!! No sé si sentir vergüenza ajena o convertirte en mi ídolo :bleh:

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Y no os acercastésis a la estación de noche en Milán?? Yo fui a ver si se podía dormir pero los 100 bancos que habrían estaban ocupados por vagabundos y había una tropa de vagabundos con tiendas de Quechua como las vuestras, como si fueran los retirados de 'Al filo de lo imposible'.

 

Al final me tocó dormir a los pies del castillo... nada recomendado si no quieres tener más picaduras que los del programa de Supervivientes.

 

Te sigo!

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Día 2

 

Milán, Hotel Piola. 6:30 AM

 

El segundo día de nuestro particular viaje empezaba necesariamente temprano por la mañana, a las 6:30, pues queríamos coger uno de los primeros trenes y aprovechar el día. Fue en ese momento cuando descubrí a los que fueron mis compañeros durante medio viaje, los mosquitos italianos, compañeros que los demás no sufrieron hasta el final del viaje. Cuando nos fuimos, recepción aun estaba cerrada, pero por suerte ya teníamos nuestros carnets de identidad. Cogimos el metro y el primer tren destino Verona: Porta Nuova, y allí hicimos cuentas de los gastos del día anterior. Los resultados fueron desesperanzadores: en un solo día gastamos algo más de 210 euros (La tarjeta ya estaba asustada, pues agotamos la mitad del efectivo en un solo día). A ese ritmo, en menos de una semana nos veríamos reducidos a la indigencia forzosa. Había que hacer algo al respecto.

 

Llegados a Verona, recurrimos al mapita de mi guía de viaje para elegir el camino. Enseguida mis habilidades innatas para la orientación me permitieron establecer el rumbo más corto, con más tramos de sombra y fuentes en cada esquina. A continuación, fuimos en una dirección totalmente opuesta y rodeamos toooda la ciudad para llegar al camping. De esta manera, recibimos todo el sol posible y nos abrasamos a morir, no encontramos una fuente hasta casi el final de todo y caminamos sobrecargados durante más de una hora. Finalmente, vimos (aun a lo lejos) nuestro destino, un pequeño monte desde el que se domina la ciudad. Al final llegamos, y entablamos contacto con los gerentes.

 

Mientras hacíamos gala de nuestro incipiente italiano, descubrimos el verdadero carácter del camping. Los (suponemos) dueños eran dos hombres y una mujer. Uno de ellos era el típico rasta-porrero, con aspecto de desayunar infusión de hierbas mágicas en vez de cola cao. El otro respondía al prototipo de “yonki sabio”, cuya función probablemente era catalogar todas las plantas del camping según su capacidad de intoxicación y disimular cuando la policía les pidiese los papeles. La chica no parecía tener una función definida más allá de limpiar el lavabo y vender mortadela.

 

Nuestro flamante bungalow reservado un mes antes resulta ser una vieja caravana sin agua ni enchufes, estacionada en una esquina del camping. Como tiene sillas y una especie de tabla apoyada en un palo que hace las veces de mesa, descansamos un rato y comemos cacahuetes y otros frutos secos. Poco tiempo después, y como no tenemos nada que comer, salimos a patrullar la ciudad. Bajamos el monte y cruzamos el famoso “Ponte Pietra” para encontrarnos directamente en el centro histórico de una ciudad… desierta. En efecto, es la hora de comer, y nadie pasea por las calles, lo que unido al abrumador calor nos reduce en cuestión de minutos a la condición de agonizantes amebas sudorosas. Visitamos las iglesias de rigor y el Duomo, y como es una zona pequeña pasamos varias veces por los mismos sitios. Al menos, el ambiente romano-medieval está bien logrado, seguro que no es muy diferente ahora de cómo lo era en 1500. Por cierto, Verona tuvo el honor de servirme mi primer helado italiano.

 

Al final, llegamos al monumento por el que es mas conocida la ciudad, la casa de Julieta, que ni fue de Julieta, ni ná. En el patio luce la principal atracción, un gran muro totalmente cubierto de chicles al más puro estilo Port Aventura. Además, al fondo hay una estatua de bronce que representa a Julieta y a la cual hay que meter mano, según la tradición. Aquí, Rafa abandona su “dignitas” y cumple con la tradición, a diferencia de Milán, pero es que Rafa puede llegar a extremos insospechados para pillar cacho, aunque sea con un trozo de bronce. Cumplida la tradición y hecho el video (pues ninguno, repito NINGUNO ha traido la cámara de fotos, y la que hay tiene la tarjeta de memoria llena - nadie sabe de que-), aprovechamos nuestra visita al mercado local para ser amablemente estafados por un par de trozos de pizza. Después, visitamos el magníficamente conservado anfiteatro romano, las murallas de la ciudad, y un castillo medieval en cuya fuente nos bañamos en plan espontaneo mientras nos miraban los turistas.

 

En Italia oscurece pronto, al menos para los que venimos de Galicia, así que hacia las 7 comenzamos la retirada al campamento base. Allí damos cuenta de un miserable amago de cena a base de restos de embutido medio cocido por el calor y cacahuetes.

 

Fase de higienización, una magnifica ducha, y nos preparamos para analizar la noche italiana.

 

Rápidamente, llegamos a la ciudad, compro un helado y paseamos por las calles, alucinando de la cantidad de turistas y nativos que aparecen cuando se va el sol. Acabamos en la plaza del anfiteatro, en el que había un concierto, sentados en una escalinata; y con Rafa aprendiendo rudimentos de italiano específicamente pensados para ligar (pobre iluso). Algun tiempo después, plenamente conscientes de lo poco motivadora que es Verona de noche (nadie con menos de 50 años, o que hable un idioma latino), y sin saber muy bien a donde mas ir, nos levantamos muy dignamente y regresamos al camping hablando animadamente.

 

De nuevo en nuestra magnífica roulotte, montamos nuestras mochilas intentando no molestar demasiado a los durmientes (Pablo y Garrido pasaron bastante de la noche "Veronesa") y nos disponemos a esperar un nuevo día. La visita no ha estado mal, después de todo, y hemos reducido los gastos de 210 € a 86 €. De todos modos, con estos gastos, no llegaremos a una semana, y aun no sabíamos que lo mejor, estaba todavía por llegar.

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