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Joder fish, ya me imagino la brasa que os debía de estar dando el turco de los cojones. Y pa encima que las españoles seguro que taban buenas y no pudistéis decirles nada.

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Joder fish, ya me imagino la brasa que os debía de estar dando el turco de los cojones. Y pa encima que las españoles seguro que taban buenas y no pudistéis decirles nada.

 

Dijimos, dijimos, por qué crees que se nos ponía chungo el turco :blink:

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14 de Julio de 2006. Día 9.

CAPÍTULO DUODÉCIMO:

“EL RETORNO DE LOS AGENTES COBRA”

 

Hasta el momento habíamos conocido Cracovia con nocturnidad, etílicamente, y bajo tierra. Aquel último día por tierras polacas la conoceríamos por fin a la luz del día.

 

La mañana empezó pronto teniendo en cuenta las horas a las que habíamos llegado la noche anterior. Desayunamos lo que quedaba de nuestros chococrispis de dinosaurios del Albert, cargamos una vez más con las mochilas y cuando pasaba el mediodía dejábamos el albergue.

 

La visita al tío Albert era de nuevo inevitable, y paramos en el supermercado a aprovisionarnos de delicioso pan polaco (en Polonia tienen unos panes con cereales que están cojonudísimos) y pilas para la cámara de Alex, descubriendo que si no funcionaba no era porque se le hubieran gastado, sino porque la jodía nos había dicho adiós definitivamente.

 

Fuimos hacia la estación para dejar las mochilas en la consigna hasta la noche y cuando pasábamos por Stare Miasto, nos encontramos con la sorpresa de ver unos carteles que ya nos resultaban familiares. Los “agentes Cobra” se cruzaban de nuevo en nuestro camino. Ya comentaba varios capítulos atrás la flipada de aquellos anuncios de guardaespaldas-sicarios que nos encontramos en Gdańsk. Estos nuevos carteles no se quedaban cortos al añadir a la habitual parafernalia de pistola y gafas de sol a lo Matrix otro agente esgrimiendo una katana. Un descojono, del que adjunto pruebas gráficas al final del capítulo.

 

Seguimos caminando y a medio camino me enteré mediante un sms de que había aprobado el último examen que había hecho, por el que no daba un duro (o zloty según mi ubicación de entonces). La verdad es que no me emocioné demasiado, era extraño pero en aquel momento no me importaba aprobar o suspender, era como si aquello no me concerniese a mí, sino a otra persona. Con esto intento explicar la desconexión del mundo a la que se llega durante un viaje de este tipo. Es una de las cosas que más me gusta de viajar, la liberación de preocupaciones que supone. Cuando hay que preocuparse de cosas tan básicas e inmediatas como hacerse entender, conseguir algo de comer o encontrar dónde pasar la noche, por poner ejemplos, todo lo demás no importa, desaparece. Es otra cara más de la libertad que ofrece el viajar.

 

Llegamos a la estación y cuando estábamos buscando la consigna aparece un tío uniformado llamándonos por nuestros nombres y nosotros nos quedamos flipando ante aquella situación, sin llegar a asimilar qué estaba ocurriendo. ¿Nos buscaban los agentes Cobra? No, tras unos instantes lo reconocimos, era el polaco que nos salvó de aparecer en Ucrania días atrás cuando subíamos desde Praga a Varsovia, iba con uniforme porque trabajaba por allí cerca. Increíble la coincidencia, aunque habíamos llegado a acostumbrarnos a que nos pasasen cosas de este tipo continuamente.

 

Después del momento surrealista, localizamos las taquillas y cuando abrimos una encontramos allí dentro una bolsa gigante llena de panes que miramos incrédulos durante unos segundos. Nos pareció excesivamente yonki la idea de llevárnoslos para bocatas, así que sin darle más vueltas, dejamos por fin las mochilas y me enamoré una vez más cuando pedí cambio para las taquillas a las mismas cazatalentos que me engatusaban dos días atrás. Ya lo he comentado alguna que otra vez, pero no puedo evitar repetirlo de nuevo: lo de las polacas es increíble. En mi vida he visto tías más guapas, esculturales, y en definitiva impresionantes como vi en Polonia. Y esto en Cracovia ya era exagerado. Me pongo malo sólo de recordarlo.

 

Con menos kilos a la espalda, volvimos al centro y recorrimos las calles de la hermosa ciudad. A diferencia del resto de ciudades importantes de Polonia, Cracovia no sufrió demasiados daños durante la Segunda Guerra Mundial y tiene un casco antiguo estupendamente conservado. Caminamos por lugares ya conocidos de anteriores incursiones nocturnas y acabamos en la descomunal Plaza del Mercado, que ostenta el título de ser la más grande de Europa.

 

Después de ingerir la ración habitual de kebabs (les echan droga fijo), fuimos a ver el Wawel. Subimos al castillo, y al poco de llegar me di cuenta de que se me había derramado en la mochila el bote de potingue que había comprado para mi pierna chunga, pringándose por completo todas mis pertenencias. Cagándome en los muertos de la crema la tiré a la basura y limpié aquello como buenamente pude. Hacía un par de días me había ocurrido lo mismo con el bote de gel y después de aquel segundo incidente Alex me volvió a recordar, poco oportunamente, las innumerables virtudes de sus bolsas herméticas, arriesgándose a ser asesinado por ello.

 

Tras poco rato por allí, comenzó a llover, y bajamos la colina para buscar algún sitio donde resguardarnos, sin mucho éxito hasta que Alex se apoyó en una puerta de un portal y ésta se abrió mágicamente. Entramos allí hasta que la lluvia cesó casi por completo y recorrimos el Kazimierz, el barrio judío, coincidiendo junto a una sinagoga con un par de chicas de las que supimos que una era mi media naranja porque llevaba una venda igual que la mía pero en la pierna contraria, y dedujimos que aquello tenía que ser el destino por lo menos. Y hablando de estas gilipolleces estábamos a voces cuando nos percatamos de que nos entendían porque eran españolas.

 

Fuimos con ellas viendo el barrio judío hasta que el precio de una entrada que no estábamos dispuestos a pagar separó nuestros caminos. En ese momento comenzó de nuevo a llover, pero esta vez a los cinco minutos aquello se tornó en diluvio, y decidimos ir ya hacia la estación de tren, a esperar al nocturno que nos llevaría un par de horas más tarde a Budapest.

 

Justo cuando llegamos, contra todo pronóstico dejó de llover y salió el sol (el clima de estos países es muy cambiante, absolutamente impredecible). Nos dimos una vuelta por los alrededores, comprando unos obwarzankis, que son unos panecillos típicos de Cracovia que venden en puestos de la calle por todas partes y gastamos nuestros últimos zlotys antes de salir del país en unas piwos que disfrutamos mientras esperábamos en la estación.

 

Poco más tarde abandonábamos Cracovia en aquel tren, coincidiendo en el compartimento con un chico y una chica de Barcelona. Nos aguardaba un largo viaje hasta Budapest, y nos atrincheramos allí (hay que andarse con ojo en los nocturnos de esta zona).

 

Dejábamos atrás Polonia, llevándonos con nosotros muy buen recuerdo de esta tierra, de sus agradables gentes, sus bellas ciudades, sus aún más bellas mujeres… Polonia me fascinó, y a la espera de algún otro viaje donde pueda descubrirla más a fondo, me despedí de aquel inolvidable país. Aún quedaban muchas horas de viaje por delante y pensando en todo lo que habíamos visto en aquellos últimos días, me dispuse a dormir un poco. Nunca era tarea fácil, con los exageradamente frecuentes controles de billete y de pasaporte te llegaban a despertar más de 10 veces en una noche, pero el cansancio acumulado ayudaba lo suyo. El viaje continuaba, esta vez rumbo a Hungría.

 

 

 

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Tranvía en Cracovia

 

 

bodyguardskrakowzu4.jpg

¡Los agentes Cobra han vuelto!

 

 

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Stare Miasto. Al fondo, la plaza del Mercado

 

 

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Servidor, Krakow

 

 

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Wawel

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Fish cuando puedas explica un poco mejor a que te refieres con eso de que hay que andarse con ojo en los nocturnos de la zona D. Porque viendo como duermo yo, estoy viendo que me desmantelan el equipaje y yo sin enterarme.

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Yo personalmente solo temí por mi bienestar físico y el de mi equipaje cuando subieron veinte cabezarapadas a mi vagón celebrando que habían terminado la mili. Los tíos todo el rato gritando y abriendonos nuestra puerta. Muchos fueron detenidos por la policia que subió al tren y se los llevó.

Per a excepción de este detalle, nunca me dió la sensación de que me podían robar o algo así (claro que no hay que ser tonto y vale la pena tomar precauciones por si a caso).

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Yo cogí muchísimos nocturnos y en algunos de ellos sí tuve la sensación de que me podían robar. De hecho conocí casos de robos en varios trenes en los que viajé.

 

Pero no sé, basta con ser precavido y no echarse a dormir sin más con las cosas por ahí tiradas. Yo tuve siempre cuidado y me volví con todas mis pertenencias.

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Cojonudo diario. Empece a leerlo ayer y acabo de acabar. Me estais jodiendo los examenes!!!

 

Segun voy leyendo me vienen montones de recuerdos. He hecho la misma zona pero 5 dias despues, y he estado en los mismos sitios menos Kutna Hora.

 

Un consejo para cualquiera que vaya a ir a Austwich, id un dia entre semana. Yo fui un sabado, y eso parecia DisneyWorld.

 

Respecto a la seguridad en los trenes, nosotros no tuvimos en casi ningun momento sensación de inseguridad, al contrario, veiamos a todo gente como nosotros, viajando de buen rollo.

 

En casi toda la zona D nos sentiamos bastante seguros aun en un callejon por la noche. Entendamonos, te pueden robar la cartera, pero no temes que nadie te meta un navajazo, cosa que si que temes en muchas calles de ciudades de España, Italia, y demas sitios mas desarrollados.

 

Fish, espero ansioso el siguiente capitulo, y suerte con la pierna.

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Gracias Axel.

 

Pues sí, la zona D es bastante segura para viajar, ya digo que no tuvimos ningún percance y la sensación de seguridad por las calles era siempre buena. Los trenes depende de lo que pilles, sí que veías a mucho mochilero, pero yo también cogí algunos nocturnos que tela, por Croacia y Bosnia en particular. Pero ya digo que simplemente hay que ser precavido y sin problemas.

 

Bueno, pues a ver si me dejo de vaguear y escribo algo más y puedo poner esta noche el siguiente capítulo.

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